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“La humanidad ignorará siempre lo
que ha sido este gran pueblo”

Fray Bernardino de Sahagún

Conquista de América

Conquista de América

Desde siempre, en nuestra sociedad no ha sido fácil plasmar la idea de que los pueblos indígenas de nuestra América eran entidades pensantes, capaces de crear su propia filosofía y génesis personales acerca del origen y destino del hombre, y lo que es la “cosmovisión”,  un término introducido por don Miguel León Portilla para referirse a las tradiciones, historia, creencias religiosas y aspectos sociales dentro de las comunidades indígenas.

Todo lo que tiene que ver con los antiguos pobladores de América es rechazado, menospreciado e invisibilizado. Desde 1521, todo lo que tiene valor y se impone viene de afuera. Lo propio, lo nuestro, ancestral y milenario es desconocido, rechazado y menospreciado. La cultura indígena es tan antigua y valiosa como la de China y la India. Sin embargo, nosotros la desconocemos, y por ello, obviamos una parte muy valiosa de nuestro ser, aunque, tampoco se trata de desconocer y rechazar la parte occidental que compone nuestra cultura, la que nos hace ser lo que somos hoy. La propuesta de este ensayo es un intento por evitar el rechazo a los valores y principios de los primeros habitantes de lo que es ahora nuestro hogar.

A nosotros los latinoamericanos, nos cuesta llevar con orgullo y dignidad el linaje indígena, nos pensamos muy blancos y muy europeos, y aún, si sólo tenemos sangre europea, nos une a esta tierra su calor y su visión de mundo que nos hace pertenecer  a este hermoso lugar. Despreciamos sin querer todo el legado cultural que nos han dado, y que paradójicamente vivimos día con día. Nuestra nueva cultura es un matiz entre lo europeo y su influencia mediterráneo-española, y al mismo tiempo, lo americano, lo realmente nuestro, con una raíz indígena que nos conecta con nuestra tierra y entorno. Aún así somos capaces de llamarlos peyorativamente, “inditos” y nos atrevemos a verlos con mirada lastimera.

Esos “inditos”, “tan pobrecitos” como se piensa, fueron los dueños de magnánimas civilizaciones milenarias, de una cultura tan rica,  que aún, a pesar de su inevitable destrucción por los conquistadores colonos, sigue siendo capaz de darnos mil y una enseñanzas, algunas las adoptamos en la sociedad, otras que serían tan provechosas se desperdician, pues en el legado de nuestros antepasados existen cuestiones tan claras y lúcidas que podrían aplicarse a cualquier época y pasaje de las naciones actuales. Pero un hecho es incuestionable: a pesar de que somos descendientes directos o indirectos de su sangre y de sus orígenes, no existe un solo país en América Latina, en el cual, los derechos de estos pueblos sean plenamente reconocidos y, sobre todo, respetados. Los indígenas hoy y desde el siglo XVI, siguen ocupando el último peldaño de la pirámide social latinoamericana, siendo víctimas de discriminación. Lo más duro e increíble de todo es que nos avergonzamos, estamos ciegos y no caemos en cuenta que en la mayoría de aspectos de la vida cotidiana de cada uno predominan las costumbres indígenas que desde siempre nos han enseñado nuestros padres y abuelos.

UNA VISIÓN CÓSMICA

La sociedad occidental va en contra de la evolución cósmica, por consiguiente, considera que la naturaleza está regida por determinadas leyes y el espíritu humano por otras.

 ”Hegel dice: “la naturaleza es lo que no ha sido transformado”. Ferrater Mora asienta: “la naturaleza se opone a la cultura, a la gracia, a la libertad”. Nos parece que estas afirmaciones van en contra de la realidad indudable: la evolución cósmica. Todo evoluciona.” (Magaloni, 1969).

El error está en postular dos leyes distintas, una para el cosmos y otra para el espíritu humano, al sacar al ser humano del cosmos, derivado de esta concepción nace el individualismo, que tanta tragedia ha traído a la humanidad, las guerras, el afán de poseer, y la idea de lo propio. Tan diferente a las civilizaciones prehispánicas que en su sabia observación milenaria comprendieron que el ser humano junto con las demás entidades del comos forman una organización que trabaja comunalmente. Para ilustrar esto, un bonito ejemplo sería este: la tierra, el agua, el aire y el sol trabajan todos juntos para producir la mazorca de maíz, y si las personas se alimentan de ella, entonces, debe ser parte de ese mismo comunal. Los primeros pobladores de nuestra América lograron descubrir cómo el interés comunal sobrepasa el individual, y el buen funcionamiento de una sociedad depende del trabajo en unión de sus miembros, por lo que Laurette Sejourné expresa en su libro “Un Palacio en la Ciudad de los Dioses” que:

 “El aniquilamiento de la gran civilización de la América antigua constituye en el siglo  XVI un fenómeno sin paralelo en la historia de la humanidad; una ejemplar cultura milenaria brutalmente decapitada. Para esos seres humanos el fin de la vida era rebasar  los límites de la realización individual para participar en la transfiguración de la naturaleza en su totalidad.”

Y algunos cronistas e historiadores coinciden en que en América a nadie le hacía falta alimento, todos tenían vivienda dentro de esa gran cultura tan perfectamente sistematizada. Quizá todos los gobiernos del mundo deberían de actuar como las grandes civilizaciones indígenas. Hoy, si se hubiera conservado esa gran cultura intelectual que lograron alcanzar, y nunca se le hubiese dado tan duro golpe que destruyo lo ya edificado, nuestras sociedades tendrían una mejor vida al adoptar su sabiduría y enseñanzas.

ESTRUCTURA ARQUITECTÓNICA PRECOLOMBINA

Los Mayas

Los Mayas

La cultura indígena ofreció a la admiración de los conquistadores su peculiar urbanismo y arquitectura, en un conjunto de elementos denotativos y connotativos de sus construcciones, las cuales reflejaban el medio ambiente y su cultura, tras un trasfondo ideológico y mitológico que fue la base de su grandeza. Existe un gran elemento diferenciador de la arquitectura prehispánica con respecto de la correspondiente a nuestros días. Aquella, bien pensemos en Teotihuacan, Monte-Albán o Chichén-Itza (Magaloni, 1969), era una arquitectura en el cosmos, mientras la otra, la contemporánea es una arquitectura hermética e individualista. El arquitecto Alberto T. Arai, un conocedor de la cultura preamericana y autor de los frontones de la Ciudad Universitaria de México, ha dicho que:

 “La arquitectura como escenario que es de la vida de los pueblos, es el espejo que refleja fielmente las costumbres de éstos. La arquitectura indígena nos está enseñando a superar la miopía de la doctrina individualista que heredamos de España, con otra visión de conjunto que es preciso reconocer a las ciudades prehispánicas.” (Magaloni, 1969).

En el mundo actual tan pluricultural y globalizado, no le damos un buen fin a la gran herencia arquitectónica que nos dejaron nuestros antepasados, que contempla la distinta noción de uso y organización del espacio. Este legado brindaría herramientas significativas para dar respuestas coherentes y mejor adaptadas a las necesidades que tienen las sociedades en estos tiempos.

INFLUENCIAS INDÍGENAS EN EL ASPECTO SOCIAL Y ESPIRITUAL

Son realmente muy pocas las influencias de orden social que pueden detectarse aún hoy, como legado indígena dentro de las culturas latinoamericanas. Esto es algo que no es de extrañar. El rompimiento de la estructura socio-política de las culturas conquistadas fue lo primero que se produjo por determinación expresa de la cultura conquistadora. Es evidente, que sólo así podrían ejercer una verdadera dominación, y proceder a la explotación de los antiguos habitantes fue parte de  sus políticas. En esta área de la cultura es fácil comprender que la conquista se hizo con la espada y con la cruz, hecho que impuso un nuevo concepto de hombre, de Dios y de Universo, que vino prácticamente a opacar y eliminar lo relativo al riquísimo mundo espiritual de los antepasados indígenas.

EN CUANTO A LA ALIMENTACIÓN

En el ámbito de la alimentación hemos adoptado tanto de sus costumbres, las conservamos tan arraigadas que se vuelven casi imperceptibles si no  nos detenemos a pensar en ello. Seguimos siendo “hombres de maíz”, los frijoles nos acompañan fielmente cada día en el almuerzo, y ambos son parte primordial de la dieta que llevamos. La dieta tradicional indígena, básicamente se constituía de maíz y fríjol. La acompañaba una serie de productos que actualmente gozan de gran valor a nivel mundial, sin embargo:

 “La población, en la medida que tiene acceso a recursos económicos, prefieren los alimentos industrializados y “modernos” que le permitan demostrar su mejoramiento social” (Bertran, 2001)

Todo esto, a pesar de las ventajas dietéticas que ofrecen los alimentos de origen prehispánico, parece ser resultado de las ideas de la sociedad actual de que, para mejorar y ser desarrollados, es preferible renunciar a lo indígena. Así, la alimentación y los muchos productos que nuestros antepasados nos legaron parecen representar un rasgo identitario, pero muy al contrario, resulta ser una forma de renuncia a lo nuestro y buscar la integración a una sociedad mayor.

Es obvio que el tipo de alimentación que practicamos se enriqueció con la introducción de productos traídos por los misioneros desde la conquista. Trajeron la ganadería y nuevos cultivos europeos como la vid, los higos; árboles frutales con los duraznos, granadas, naranjas, limones, limas, plátanos, melones y caña dulce. Además de garbanzos, lentejas, repollo, ajo y cebolla. Pero antes de la conquista ¿en qué consistía la dieta de los indígenas? La alimentación de los indígenas consistía básicamente en maíz, ayote, frijol, carne de venado, liebre, conejo, pescado, mariscos, algunas raíces, dátiles, sandías y semillas de mezquite con las que elaboraban una especie de pan y vino. Predominaba el consumo de productos vegetales, en variedades acomodadas según los diferentes climas y altitudes, fueron muy comunes: los cogollos y tallos de palmas, yucas, arracachas y tubérculos propios de la zona andina (diversas clases de papas, hibeas, cubios y chuguas). Acostumbraban nuestros primitivos pobladores el uso del achiote como colorante y condimento, además de la sal, uno de los valores establecidos para el comercio. Huevos, insectos, caracoles, batracios, saurios, tortugas, roedores y algunas aves variaban la dieta según la región. (Martínez, 1990)

Luego de este recorrido por el legado alimenticio, es imposible sacudirnos de la herencia prehispánica, estamos inmersos en su mundo y habitamos una tierra que alguna vez les perteneció, lo queramos o no.

EN DEFINITIVA

Pintura de Esther Mosquera

Pintura de Esther Mosquera

Actualmente, quedan pocos indígenas puros en el continente, pero la gran parte de las herencias culturales en la población latinoamericana de hoy llegan a nosotros desde milenios, desde que prevaleció la civilización preamericana, y a pesar de la aparente y superficial cultura hegemónica europea a la que nos hemos afianzado, tenemos  más de indígenas de lo que pensamos, somos mestizos casi todos. Se nos han olvidado nuestras raíces, pero esto es superficial, somos nacidos en América y en lo más profundo de nuestras conciencias guardamos las grandes herencias de nuestro continente. Es difícil reconocer nuestra identidad como latinoamericanos, en la actualidad somos un paisaje hecho de muchos paisajes, una mirada hecha de muchas miradas que se unen y se separan. En estas tierras se encuentran los de adentro y los de afuera, los grupos prehispánicos, la migración europea y otros. Un lugar de tantas sangres, múltiples miradas que deben comenzar por reconocerse y aceptarse ¡Cada uno de nosotros, los habitantes de América, somos un rostro hecho de muchos rostros…!

BIBLIOGRAFÍA

  • Bertrán Vilá, Miriam. Cambio alimentario e identidad de los indígenas mexicanos. México: UNAM. 2001.
  • Magaloni Duarte, Ignacio. Educadores del mundo. México: Costa-Amic Editor, 1969.
  • Martínez Carreño, Aida. Mesa y cocina en el siglo XIX. Colombia, Bogotá: Planeta, 1990.
  • Sejourné, Laurette. Un palacio en la ciudad de los dioses. México: Edit. Fondo de cultura económica, 1959.